jueves, 12 de marzo de 2009

El sentimiento develado



















Retrato de mis padres, acrílico,1994, 90x90 cm.

Este conjunto de pinturas de Daniel Faunes, puede definirse como la parábola del sentimiento develado, porque trata del rescate de su historia familiar que, necesariamente, oscila entre el gozo y el dolor, la luz y la sombra, e importa, en lo afectivo, una peregrinación interior no exenta de riesgos y, en lo plástico, la exaltación de la imagen como vehículo de la emoción.

Faunes parte del uso de las viejas fotografías de la niñez, pero desde una actitud que excede la mera elección inteligente de determinada fuente de inspiración. En efecto, en este recurso hay un notorio grado de compulsión psicológica, de profunda necesidad interior y por eso sus pinturas indicarán en su poética ambigüedad de formas, la reverencia y hasta el temor de lo que se puede ganar o perder indagando en la escurridiza dimensión de la "verdad" afectiva.




Otro poco de calma camarada, acrílico 1993, 150x150cm.



Es que el artista conoce la fragilidad de estos seres amados, habitantes precarios de ese pequeño espacio fotográfico amarillento e intentará develarlos en términos absolutos de ternura. Y sin profanación. Por tanto, las imágenes no serán nunca definitivamente claras, cortantes o nítidas, siempre se tendrá la sensación de que ante ellas existe un velo que sólo permite adivinarlas a partir de algún dato más o menos revelador. Tanto es así, que cuando aparezcan con contornos resaltados por un negro ostensiblemente opuesto al cromatismo festivo de los fondos estarán descarnados, sin cuerpo, emergerán apenas como una acotación (El vestido de fiesta), signo de que su presencia, como revelarán sus pinturas finales abstractas, está a punto de concluir , El exorcismo ha dado sus frutos y ha finalizado.

Retrato incompleto, Acrílico y gaza s/ tela, 1994, 90x90 cm.


Faunes, que utiliza una técnica mixta en la que la fotografía ocupa un lugar determinante, no sólo en los aspectos de enfoque y encuadre, sino también como suministradora de técnicas complementarias, ordena su galería familiar según una regla interior, en la que tas formas se interrelacionan unas con las otras, de tal manera que la profundidad de lo que manifiestan no está explícita, sino a la espera de que sea enunciada por la mirada del espectador. Faunes ha volcado una gran carga emotiva, rigurosamente controlada, y ésta subyace en la atmósfera de sus pinturas (atmósfera digo, porque Faunes excluye sistemáticamente la noción de espacio prácticamente en todas estas obras), en la imprecisión de las imágenes, en la superposición de elementos, en sus reiteraciones levemente alteradas, en el cromatismo asordinado, lo que convierte su manera de registrar la secuencia de los hechos y de los sentimientos, en una levedad pictórica estremecida por ¡a acumulación, una y otra vez, de los recuerdos. Multiplicidad casi infinita de relaciones sutiles, que se desfasan o se encadenan, al ritmo de una compleja sensibilidad, erosionada por el amor, tanto como por el espanto.



El tiempo no para, acrílico 1993, 150x180



Veamos un argumento para ejemplificar esta multiplicidad de significados que se desgranan unas veces con nostalgia, otras con sufrimiento, pero siempre, siempre, con el alivio de lo que se asume a pesar de todo. En la obra "El Tiempo no para", la imagen dominante es una niña con sus manos cruzadas sobre el pecho, imagen que se repetirá sin rostro sobre el lado derecho de la obra. La vieja fotografía registró el instante de un recitado en la fiesta de cumpleaños ("...y en el medio de mi pecho la República Argentina"), pero el tiempo le sumó el dolor de una predicción desapercibida, agazapada, cuando el destino no anunciado, retornó esas manos a la misma posición que en la fotografía, sólo que esta vez con la inapelabilidad de la muerte. ¿Cuántas figuras y relaciones sobrecargan entonces a esta obra? ¿No son las manos cruzadas la X de la incógnita, el gesto abarcador y amoroso, el signo del descanso mortuorio, la evidencia que tanto vale para la vida como para la muerte? ¿No surge casi de manera ofensiva la religiosidad latente en esta sencilla pero cruel parábola humana? Es en definitiva más que una pintura, casi se trata de un exvoto que grita a una divinidad ausente el grado de su orfandad.



Humo y tristeza, acrílico 1994, 90x90cm.



Pero las imágenes de Daniel Faunes no son sólo inquietantes por la temática, ni por su historia, ni por el silencio que las rodea, ni por la lejanía que parece ser sustanciales a ellas, lo son también porque se manifiestan en todo el proceso mediante el cual el artista exorcisa a sus fantasmas queridos, de manera ambivalente, operan tanto integrándose, como desintegrándose. Son imágenes que susurran y que categorizan a la incertidumbre. En tanto que correlatos de la conciencia del artista siguen los vaivenes de un sentimiento que oscila entre la exaltación y la nostalgia. No quieren despertar más que aquellas emociones en los que se interroga al sentido de la vida propia, no de la Vida en sentido universal o filosófico, sino esta vida que concierne a un nombre y apellido determinado. Por eso es que en sus pinturas no sólo está el inconsciente del artista, también el de las cosas pintadas.


Así, Faunes, no obstante el tamaño de sus pinturas, logra construir una suerte de fresco intimista, un clima personalizado, una relación entre el tú y el yo, que se desliza quedamente entre los intersticios de sus veladuras cromáticas, rostros desdibujados, materia curiosamente sensual, pinceladas dispersas sobre rostros y ámbitos casi evanescentes, que actúan como toques mágicos, reveladores, como caricias cautelosas sobre la imagen de la fotografía y sobre la imagen anclada en el corazón. La mirada del artista es una mirada especular, que le retorna aggiornada las estaciones dolorosas de su pasión personal.


Veladuras, Acrílico y gaza s/ tela, 1994, 120x120cm.



Las pinturas abstractas que integran esta muestra, dan cuenta clara de que esta suerte de exorcismo practicado por Faunes era una deuda pendiente consigo mismo, que finalmente ha logrado saldar, porque no sólo ya no aparecen las imágenes, sino que el artista ha agregado un velo real sobre parte de la tela. Y este velo, virtual en la mayoría de sus pinturas con imágenes, real en las que los rostros y los cuerpos no aparecen, tiene una connotación, a mi juicio, dramática al comienzo y esperanzada al final. Dramática, porque se impone la asociación con el sudario, sobre todo cuando la historia es la historia propia con los muertos amados y jubilosa, porque en sus pinturas abstractas el color estalla clamorosamente y con él estalla la luz y un juego matérico de vital sensualidad. Y allí el velo, podría decirse que bordado en pintura, juega otro papel, el del reposo, lo definitivamente consumado.



El vestido, acrílico 1994, 107 x165 cm.



Pero hay también otro dato pertinente a una lectura cuidadosa de estos cuadros y es el que señala que el discurso pictórico de Faunes no sólo reposa sobre lo pintado manifiesto (es decir, lo que fácticamente vemos), que no es simplemente una imagen ya pintada, sino también sobre lo no pintado, la pintura sin cuerpo, la que el pintor excluyó en cada opción. Porque lo que nos dice Faunes en sus imágenes y en sus apariencias es, a nuestro juicio, lo que aquí hemos aproximado al espectador, pero también lo que no nos ha dicho, porque a veces, por un instinto de conservación, nos negamos obsecadamente a llorar.


Horacio Safons
A.A.C.A./A.I.C.A.




marzo de 1994